Aunque nadie me lea, Jas sabe que le estoy escribiendo esta carta. Yo creo que el alma no muere aunque el cuerpo se pudra o sea incinerado. Así que sí, Jas me mira desde el cielo de los perros buenos.
Cuando estoy triste echo la culpa a que Jas no está. Si estuviera le daría cariños y los dos estaríamos contentos: el perro porque los perros son así y yo porque tendría a Jas.
Cuando veo un trozo de hueso de jamón en el cocido, pienso en dártelo a ti. Las patatas fritas de los bares con la cañita he empezado a comerlas yo desde que tú no estás. Te las comías siempre.
Abrazarte cuando cierro los ojos para dormir es algo que puedo imaginar con facilidad. Te moriste en mis brazos, así que tengo el recuerdo fresco del último abrazo que te di.
Por lo demás, no me va mal del todo. Estos días atrás, como los anteriores, vivo entre la incertidumbre y el instinto de supervivencia.
Ya sabes que voy a Allariz, o eso creo. A veces me entran ganas de ni esto ni aquello: la nada, ya sabes. Y quizás nos veamos pronto en el cielo.